
La experiencia transformadora de enseñar a adultos
Entrevista a Rosario Vázquez, profesora de Ciencias Políticas y Jurídicas en El Mariano Moreno
Rosario Vázquez es docente desde hace más de diez años y, desde hace seis, forma parte del equipo de El Mariano Moreno, donde acompaña a estudiantes adultos en el desafío de terminar el secundario.
Aunque eligió la docencia a los 17, sabe que la verdadera vocación se fue revelando en el contacto cotidiano con la profesión: “más allá de la elección de la carrera, me atrajo mucho la idea de las Ciencias Sociales y la posibilidad de una inserción laboral concreta. Pero también me marcó la inspiración de varios docentes que tuve”, cuenta. Hoy, esa elección se reafirma todos los días. “Transmitir, compartir, ser parte de algo tan grande como el sistema educativo… todo eso me emociona”, explica.
Volver a estudiar como un derecho y una reparación
Al hablar del motivo por el cual tantas personas adultas deciden retomar sus estudios, Rosario no duda: “hay muchas razones, pero una de las principales es mejorar su calidad de vida. Algunos quieren acceder a un trabajo formal, otros crecer donde ya están y, para muchos, es la puerta para ingresar a una carrera universitaria”.
Pero también hay razones más personales. “Muchos vienen a saldar una deuda con ellos mismos, a darse una oportunidad que no tuvieron antes. Recuerdo a una alumna que me dijo que quería terminar el secundario para poder ayudar a sus hijos con las tareas del colegio”, cuenta. Todos los motivos son válidos y dejan en claro que terminar el secundario abre un abanico de posibilidades.
Para Rosario, un adulto que no terminó la secundaria es, en algún punto, una fractura del sistema. “La sociedad tiene una responsabilidad en reparar eso. La educación es un derecho humano, no prescribe, no debería tener límite de edad. Cuando un adulto finaliza el secundario, no solo mejora su vida, también es un aporte a lo colectivo”.
Enseñar a adultos: una mirada activa a la realidad de cada estudiante
La diferencia entre enseñar a adolescentes y enseñar a adultos no pasa solo por la edad, sino por el lugar desde el que se enseña. “Trabajamos con personas que muchas veces tienen nuestra misma edad o incluso más grandes. Eso cambia el tono, la responsabilidad y la manera de vincularse”, explica.
Rosario destaca que el rol docente en estos casos se vuelve más flexible, empático y atento a la realidad de los estudiantes. “No puedo pedirles que prendan la cámara si están trabajando, o que hagan tareas en momentos en los que no pueden. Tengo que aprovechar al máximo el tiempo que tienen disponible, porque muchas veces es el único que pueden dedicarle al estudio”.
Más que imponer autoridad, se trata de construir desde la argumentación y el respeto mutuo. “Hay intercambios de ideas, debates, incluso posturas más firmes por parte del adulto. Porque muchas veces tienen ideas previas o prejuicios formados sobre determinada información. Y ahí nuestro trabajo es primero derribar, y luego construir, validando también su experiencia”.
El valor de la experiencia y los saberes previos
Para Rosario, las vivencias de los adultos no solo influyen en su aprendizaje, sino que son parte fundamental del proceso. “Algunos traen historias de frustración escolar, o de sentirse excluidos. Y esa herida se manifiesta: necesitan exteriorizarla. Por eso, hay que ser cuidadosos con las palabras y reconocer el valor del conocimiento que traen”.
Por ejemplo, el tema Derecho laboral, cobra otro sentido para el estudiante adulto: “no les hablo de algo lejano, sino de su realidad diaria. Ellos ya están insertos en el mundo laboral, y eso genera una conexión distinta con los contenidos”.
Además, el tiempo tiene otro peso. “Cada minuto que le dedican al estudio es tiempo que no están con su familia o trabajando. Lo valoran más, lo viven de forma más intensa”.
¿Cómo es terminar el secundario siendo adulto?
Terminar la escuela en la adultez tiene un peso emocional profundo. “Para muchos, lograrlo es una victoria que no se compara con ninguna otra. Es demostrarte a vos mismo que podés, es salir de la exclusión y sentir que pertenecés”, asegura Rosario. Ella experimentó desde chica, esta sensación de logro con la historia de su mamá: “mi mamá terminó la secundaria de adultos, muchas veces yo siendo niña la acompañaba a cursar a la noche. Tengo el recuerdo del momento en que se recibió, el llanto, la emoción, casi como un Óscar”.
Y concluye: “finalizar la secundaria tiene un valor doble o triple. No es solo un título: es orgullo, es autoestima, es la posibilidad de acceder a otros derechos. Ojalá también sea el impulso para seguir estudiando. Eso es lo que intento transmitirles”.